Aunque en los últimos años la investigación ha demostrado lo contrario, todavía existe un puñado de ideas preconcebidas muy negativas en torno a la relación entre el juego y los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Corrientes académicas como la ludología o más recientemente los estudios sobre gamificación del aula han dejado meridianamente claro que ambos contextos comparten aspectos fundamentales y se retroalimentan de manera natural.

Vamos a analizar aquí uno a uno los cinco falsos mitos que afectan a la imagen que tenemos sobre el juego y, en concreto, sobre sus relaciones con el aprendizaje:

[1] Jugar es aislarse

A menudo la imagen prototípica que se presenta del jugador es la de un joven encerrado con su videoconsola y con pocas oportunidades de interacción social. Este es un perfil que tiene mucho predicamento sobre todo en los medios de comunicación más tradicionales. Sin embargo, es suficiente con echar un vistazo a la lista de los juegos de más éxito para darse cuenta de que esa representación es totalmente falsa. El componente colaborativo, incluso con el objetivo declarado de competir, es fundamental en la dimensión lúdica: jugar con amigos es mucho más divertido.

[2] Jugar produce adicción

En este mito sí que hay un claro componente de realidad: el juego engancha. Y es por eso que nos interesa como profesionales de la docencia saber por qué motiva y por qué implica al participante de una forma tan eficaz. Si conseguimos aislar los mecanismos que aseguran el compromiso del jugador con el juego, podremos trasladar esos engranajes a nuestra planificación de aula y conseguir así una mayor complicidad con los aprendientes.

[3] Jugar se opone a esforzarse

El hecho de que el juego sea placentero lleva a muchas personas a entenderlo como una actividad que no conlleva ningún esfuerzo, considerándola así como una ocupación de poco valor. No vamos a entrar en el debate sobre la pedagogía y el esfuerzo, tan dañado por una visión simplista de qué es aprender. Lo que es evidente es que este mito se viene abajo cuando se observa a una persona jugando, implicándose durante decenas, cientos de horas quizás, en un empeño que no le va a reportar otro beneficio que el de su propia diversión.

[4] Jugar es perder el tiempo

Este es probablemente uno de los prejuicios más recurrentes en lo que se refiere al juego. Teniendo en cuenta todos los beneficios que la acción de jugar nos reporta, desde los puramente físicos a los sociales o cognitivos, no habría que insistir en la conveniencia de su práctica. Como con cualquier actividad humana, todo dependerá del equilibrio con respecto al tiempo que se dedique a otras tareas.

[5] Jugar no es aprender

Cuando jugamos aprendemos a socializar, a trabajar en equipo, a analizar situaciones, a resolver problemas, a inferir datos, a conectar informaciones, entre otras habilidades. Como dice Raph Koster, «con los juegos la droga es el aprendizaje».

¿Vamos a seguir encerrados en estos prejuicios o vamos a ponernos a jugar?

Francisco Herrera

Director del centro, CLIC IH Cádiz

Francisco Herrera es Doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada en 1998 y cuenta con veinte años de experiencia en la enseñanza del español como lengua extranjera y en la dirección de centros de idiomas. A menudo da cursos de formación de profesores, sobre todo en su especialidad, que es el uso de la tecnología en el aula de español, tanto para universidades como para el Instituto Cervantes o instituciones en el extranjero. Sobre todo me gusta que mis alumnos se comuniquen en español a través de las redes sociales (como Facebook o YouTube), publicando contenidos en blogs o usando el podcasting (audio en red).

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